El Diamante de Occidente

Cuando era niño, mi padre me llevaba al atracadero, me compraba un agua fresca en bolsita y caminábamos por la orilla del Rio Santiago.

Me gustaba mucho escucharlo contar sus anécdotas de cómo era Ocotlán mucho antes de que yo naciera. De cómo esta ciudad era un centro turístico y de comercio muy importante en la rivera del lago. De cómo los grandes vapores (mi abuelo era capitán de uno) llenos de personas y de cargamentos valiosos llegaban hasta el “Puerto de Ocotlán”.

Yo cerraba los ojos y casi podía escuchar la algarabía de gente rodeándome, intentando hacerse camino hacia la plaza principal. Buscando un lugar en el tranvía (jalado por estoicos burritos) que los llevara al otro extremo del pueblo.

Casi podía percibir el olor de la fruta recién desempacada y lista para ser vendida, de los cacahuates recién tostados, o de la vendimia de comida lista para ser degustada por los recién llegados visitantes.

El sonido constante del rio mientras corría caudalosamente con su agua roja (proveniente de los Altos) me devolvía a la realidad. El atracadero se encontraba solo, mi padre me veía desde una banca mientras yo corría de aquí para allá por el pasto.

Recuerdo como buscabamos pequeños animalitos en las raíces de los lirios. Eran como cangrejos y los poníamos a pelear en una roca. ¡El mío siempre ganaba!

Aquellos días se habían ido. Al atracadero solo le queda el nombre.

Hoy día. Las cosas son muy diferentes.

Ahora Ocotlán no es un centro turístico importante en la rivera del lago. Mucho menos un centro económico de trascendencia. Ya no digamos un centro de peregrinaje religioso (lo cual debería ser, dado que es el único lugar en el planeta donde se ha aparecido Cristo crucificado).

Hoy, Ocotlán es un anhelo. Es solo una idea.

El rio Santiago, cuna de grandes éxitos y orgullo ocotlense por muchos años, está ahora agonizando. El rugir del agua roja proveniente de los Altos de Jalisco ahora es un silencio negro y putrefacto. Los grandes vapores, se esfumaron. El tranvía y sus fieles mulas son cosa de un pasado que no volverá. La muchedumbre ahora prefiere ir a otros lugares.

Yo me pregunto: ¿Todo esto está perdido para siempre?. ¿No hay oportunidad alguna de que Ocotlán vuelva a tener ese esplendor multicultural, casi casi cosmopolita que tenía en aquellos gloriosos años?

¿A caso el potencial de esta hermosa e industriosa ciudad, se ha perdido en una nube de compromisos políticos, de intereses personales y de falta de humildad ante el medio ambiente?

Falta de visión.

Un insulto gigantesco a los pobladores de esta noble ciudad. Eso es lo que han estado haciendo nuestros gobernantes al no dejar que recupere su brillo de antaño.

¡Ocotlán no es un ave fénix que muere y renace de sus cenizas cada 3 años! Sino un ser vivo que se alimenta y crece o por lo menos quiere crecer con cada trienio que pasa. Es nuestro derecho natural, no un privilegio que tengamos que ganar votando por uno u otro candidato, “el bueno” o el que “ahora si” nos saque del atolladero.

Yo invito a esta nueva administración a que tenga una visión más allá de 3 años, a que piensen un poco en los miles y miles de habitantes que permanecemos aquí. Y no tanto en los pocos que se van después de cada 3 años de chuparle la esencia vital a este prometedor municipio.

Piensen en el Rio Santiago como la vena que alimenta de sangre al corazón de esta comunidad. En nuestros atractivos turísticos como la estructura que nos puede sostener y sobre todo ponernos de pié nuevamente. Piensen en nuestra industria mueblera, como un verdadero motivo para llamarnos “Capital mundial” y no solamente una pantalla donde unos pocos se enriquecen mientras que la mayoría gana sueldos raquíticos.

Mostrémonos ante un estado que busca desesperadamente una nueva joya. Ya tenemos una Perla. Hagamos que nuestro Ocotlán sea el Diamante de Occidente.