viernes, 23 de junio de 2017

La llegada


Las siluetas de las casas por fin se dejaron ver después de semanas de un largo y cansado viaje. El bosque se había quedado atrás hace un par de días dejando paso a un hermoso valle rodeado de altas montañas coronadas con nieves perpetuas. Al fondo, muy apenas se logra escuchar el repicar de una campana, anunciando la misa del mediodía.

El jinete apresuró el paso, estaba exhausto, hambriento y seguramente su caballo compartía los mismos sentimientos que él. Añoraba una buena comida, un baso de vino y una cama blanda donde descansar. El solo pensar en ello le llenaba de gozo su corazón.

Las murallas de la ciudad se hacían cada vez mas altas conforme se acercaba, de blancas rocas cubiertas por amable musgo, los muros se erguían majestuosos al rededor del caserío. La puerta principal se presentaba alta e imponente con sus hojas de roble tallado, dos torres la custodiaban con largas banderas ondeando gracias a la brisa que se podía sentir. 

Las personas entraban y salían pacíficamente, a pie, a caballo, en carreta; cargados con bultos o canastas llenas de frutas o semillas. Seguramente el comercio era la actividad mas importante de la localidad. Se podía sentir el ambiente de algarabía y actividad, como el de un gran mercado. 

Al cruzar la enorme puerta, el jinete se encontró con una pintoresca comunidad, con altas casas de dos plantas, balcones de madera bellamente manufacturados, los techos de dos aguas apuntaban al cielo mientras las plantas cubrían gran parte de su superficie. 

El camino, empedrado, le daba la bienvenida mientras lo recorría lentamente. Cerró los ojos y aspiró profundamente, los aromas invadieron su cerebro arrastrándolo a su niñez. Fruta fresca, hierbas de olores fuertes, comida borboteando en calderos encima de una pila de leña ardiendo. La madera de las barricas de, sin lugar a dudas, espumoso vino tinto.

Miró a su alrededor, nadie le prestaba atención, seguramente acostumbrados a los forasteros, continuaban con sus rutinas como si nada pudiera perturbar esa paz bulliciosa, ese sentimiento de tranquilidad que tanta falta le hacía y que ahora podía disfrutar.

Buscó una posada y al encontrarla se dirigió hacia aquella construcción que se destacaba de las demás por su tamaño y ubicación (frente a la plazuela) como dando la bienvenida a los viajeros. Al llegar bajó de su caballo y se lo entregó a un niño que servía de mozo junto con una moneda de cobre.

-Cuídalo bien- Le dijo con voz profunda. -Agua, comida y una buena cepillada y mañana tendrás dos monedas mas.

El niño entusiasmado tomó las riendas y se dirigió junto con el corcel negro hacia el establo de la posada mientras que el jinete caminó hacia las altas puertas del edificio.

El lugar era amplio, agradable y bullicioso. Varias mesas dispersas, llenas de gente que hablaba, reía y comía. El olor a comida caliente le recordó lo hambriento que estaba. Se dirigió hacia la barra.

-Saludos forastero, ¿en qué te puedo servir? -Le preguntó un gordo y bonachón hombre tras la barra al tiempo que él se sentaba en un banco de madera.

Una vez terminado el plato de comida, el pan y el vino que le sirvieron, el satisfecho jinete subió las escaleras hacia la habitación que, alegremente, le había designado el posadero mientras contaba las monedas de cobre que le había dado. Estaba realmente cansado y lo único que deseaba es cerrar la puerta y dejar todo el mundo fuera, tumbarse en aquella caba tan mullida y dejarse llevar por el sueño, olvidarse de todo lo que pasó y no preocuparse por lo que pasará. 

Por lo menos por unas horas...

Continuará... 

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